Las emergencias tienen la capacidad de revelar lo mejor y lo peor del ser humano. Ante la pérdida y el dolor, emergen tanto la empatía genuina como el oportunismo disfrazado de ayuda.
En cada inundación, incendio o crisis colectiva, la solidaridad verdadera se distingue no por el ruido, sino por la acción silenciosa y comprometida de quienes tienden la mano sin buscar reconocimiento.
Lo sucedido en el norte del estado ha evidenciado dos rostros de la respuesta social y política: por un lado, quienes convierten la tragedia en escenario, y por otro, quienes actúan con respeto y sensibilidad, priorizando el bienestar de las comunidades afectadas.
En medio del caos, figuras políticas de antaño como Vicente Aguilar y Federico Salomón han mostrado una manera distinta de estar presentes: con prudencia, empatía y una atención hacia las necesidades reales.
Junto a ellos, personas comprometidas como Adolfo Ramírez y Édgar Herrera han demostrado que la ayuda más valiosa es aquella que se ofrece sin cámaras ni reflectores.
La diferencia entre aparecer y estar se vuelve entonces evidente. Las emergencias no requieren discursos ni protagonismos, sino coordinación, escucha y trabajo en conjunto.
Cuando el agua retroceda y el silencio vuelva, lo que permanecerá será la memoria de las acciones sinceras, aquellas que nacen del compromiso y no de la conveniencia.



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