Donde se siembra futuro
Por: Alejandro García Rueda
Hay un principio que no cambia con los años: la escuela es el segundo hogar de nuestras hijas e hijos, pero su casa es la primera escuela. Ese binomio, casa y aula, ha formado generaciones enteras. Ahí, entre loncheras, cuadernos y regaños cariñosos, se siembra lo que más vale en este mundo: el carácter, la sensibilidad, la disciplina, el deseo de aprender y de ser mejores.
Durante años, a las autoridades educativas —la Secretaría de Educación Pública y la Secretaría de Educación de Veracruz— se les ha pedido que hagan equipo con las y los maestros, que mejoren las condiciones de las escuelas y que eleven la calidad educativa. Pero hoy la invitación es también para madres, padres y tutores: es momento de involucrarnos todos. No hay otro camino si queremos construir una comunidad fuerte, libre de adicciones, violencia o abandono.
Una niña o un niño que se queda en la escuela, que aprende a convivir, a escuchar, a esforzarse, es una niña o un niño que se aleja del alcoholismo, de la drogadicción, de las redes de explotación o del ocio vacío. La educación no es solo una obligación institucional, es una causa de amor y responsabilidad compartida.
No negamos —sería irresponsable hacerlo— que también en las escuelas hay quienes, siendo parte del personal educativo, priorizan intereses personales antes que la formación de sus estudiantes. Hay quienes se olvidan del propósito superior de su vocación, quienes pelean por prebendas, pero no por pupitres; por privilegios, pero no por pizarras ni por techos. Sin embargo, en cada escuela se sabe perfectamente con quién se puede construir comunidad: Su carta de presentación no son los años, sino la labor efectiva, persistente y constante en favor del alumnado.
Por eso no debe haber pretexto para cuidar lo que tanto nos ha costado defender: la educación pública y comunitaria. ¿Quién gana cuando una escuela se cierra? ¿A quién sirve un plantel abandonado cuando existen programas sociales, apoyos a la infraestructura y calles en proceso de rehabilitación? La respuesta es clara: a nadie.
La participación en las asociaciones de padres, en las cooperativas escolares, en las faenas, talleres, conferencias o eventos comunitarios no es tiempo perdido, es inversión social. Cada madre que asiste a una junta, cada padre que barre el patio de la escuela, cada vecino que repara una barda está elevando el nivel de atención que las autoridades prestan a esa comunidad. Está elevando el nivel de vida de todas y todos, porque una escuela viva transforma hasta al más escéptico. La escuela organizada exige con más fuerza, gestiona con mayor claridad, construye redes de apoyo, despierta vocaciones, y marca el rumbo para los más pequeños.
Cuando como madres y padres nos involucramos, también cerramos la puerta a intereses ajenos, a esos actores que, desde el resentimiento, el oportunismo o el cálculo político, intentan manipular a la gente para sus fines personales. La educación fortalece el tejido social, y ese tejido no lo debe romper nadie con discursos vacíos ni con promesas electoreras.
La comunidad organizada alrededor de su escuela es imparable. Porque no solo lucha por aulas limpias, o maestros comprometidos, sino por oportunidades que harán florecer a niñas, niños y adolescentes. Ya sea como profesionistas, como personas entregadas a un oficio, o como seres humanos dispuestos a servir a los demás.
Por eso, hay que sembrar hoy. Porque el futuro ya está aquí. Y nos necesita unidos.
DISCLAIMER: Las opiniones expresadas a continuación son de exclusiva responsabilidad del autor. Ningún cargo, puesto o función que desempeñe, ya sea actualmente o en el futuro, refleja necesariamente la posición de la institución, organización, dependencia o medio al que pertenece o en el que se publica este texto.
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