Cuando la noticia se convierte en arma
Por: Alejandro García
Al observar la escena pública no se puede evitar notar las cadencias del espectáculo informativo: un hecho trágico, un tuit incendiario, una imagen viral —y, al instante, una narrativa que compite por ocupar la mente colectiva. La presidenta Claudia Sheinbaum fue víctima de acoso mientras transitaba por el Centro Histórico de la Ciudad de México. Hay evidencia del hecho, confirmada por diversos medios. Lo que no hay es certeza sobre quién gana con su difusión amplificada y con la forma en que se interpreta: como si cada suceso tuviera que ser inmediatamente arma o cortina.
En comunicación política, el timing lo es todo. Y esta vez, el episodio se da en una semana marcada por un conjunto de hechos que, combinados, delinean un escenario complejo: tensiones diplomáticas con Perú; la Suprema Corte negando a TV Azteca y Grupo Elektra aplazar juicios fiscales millonarios; y un empresario, Ricardo Salinas Pliego, que usa sus plataformas para responsabilizar al partido gobernante por el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Alberto Manzo Rodríguez. No es un dato menor: se trata del dueño de la televisora que adquirió, hace décadas, bajo condiciones altamente cuestionables, y desde donde ha impulsado por años una narrativa de linchamiento simbólico hacia el magisterio, al que sus noticieros y programas de entretenimiento han caricaturizado, criminalizado y humillado con sistematicidad.
Ese estilo —el del sarcasmo que se disfraza de verdad, el del privilegio que se presenta como mérito— se replica ahora en sus redes sociales, donde Salinas Pliego presume su riqueza con descaro, desde yates o helicópteros, mientras usa su visibilidad para presionar, provocar y moldear opinión pública a conveniencia. Y, por si el contexto no fuera suficientemente elocuente, este mismo día, durante su discurso ante trabajadores de Elektra por el 75 aniversario de la empresa, uno de sus colaboradores le entregó un sombrero como símbolo “de lucha”, en supuesto homenaje al alcalde asesinado.
Un sombrero. Justo ese era el sello de Carlos Manzo: un líder de sombrero, cercano a la gente, identificado con los sectores más humildes de Uruapan. Un gesto de aparente reconocimiento que, en la coyuntura actual, no puede sino parecer una coreografía cínica: ¿quién haría algo así en un momento como este? ¿Quién toma un símbolo fúnebre y lo convierte en adorno escénico dentro de una empresa que ha construido buena parte de su poder en la espectacularización del dolor y la pobreza?
Ese gesto, y su inmediata viralización, son manual de manipulación comunicativa: apropiarse del símbolo del adversario para reescribir la emoción del público. Y es que no hay herramienta más eficaz en comunicación política que el secuestro emocional de los símbolos. Mientras la indignación legítima se mezcla con el cansancio y la sospecha, el riesgo es claro: que la sociedad pierda la capacidad de distinguir entre un homenaje y un acto de provocación.
En este escenario, urge recordar las responsabilidades reales de cada nivel de gobierno: el federal tiene la rectoría de la seguridad nacional, pero no la ejecución directa en municipios; las fuerzas estatales deben coordinar y responder; y los gobiernos locales —como el de Manzo— son quienes enfrentan en el terreno los problemas más inmediatos. Pretender que la presidencia tiene control absoluto sobre cada hecho violento no es exigencia ciudadana, es distorsión deliberada.
Pero el problema mayor no está solo en la política: está en quienes amplifican versiones nocivas, en cómo construyen culpables y en cómo dirigen la atención hacia donde conviene a quien más volumen tiene. Los opositores han aprovechado la tragedia de Uruapan para reforzar su causa política; y ahora, con el acoso a la presidenta, buscan instalar la idea de que se trata de una distracción planeada. La trampa es evidente: si Sheinbaum calla, “oculta”; si responde, “desvía”.
Cuando la conversación pública es dirigida por emociones prefabricadas, el poder real no está en el hecho, sino en la interpretación. Por eso es necesario mirar quién escribe el libreto. En este caso, un magnate de los medios con intereses judiciales, económicos y políticos en juego; una oposición deseosa de crisis; y un público saturado de información que apenas tiene tiempo para respirar entre un trending topic y otro.



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