Una generación entre dos tierras
Por: Alejandro García Rueda
Nació en 1987. Pertenece a una generación cuya infancia se debatía inicialmente en un fin de semana, después del desayuno o a mitad de él, por pasarse el día viendo Caritele, en donde pasaban los Caballeros del Zodiaco y «seguirse derecho» a ver los Super Campeones, o de plano, como dijeran los «filósofos» de las Víctimas del Doctor Cerebro, “mover el esqueleto” al son de: “Si no haces la tarea no sales”…
Su generación creció cantando canciones interpretadas por Onda Vaselina, Kabah, Gloria Trevi, Fey, Julieta Venegas, Maná, Cristian Castro, Café Tacuba, Los Fabulosos Cadillacs, Thalía o Shakira. Y no se detuvo a dimensionarlo, pero atravesó grandes cambios políticos y sociales mientras dormía soñando (El Gran Silencio, dixit).
Octavio Paz recibió el Premio Nobel de Literatura en 1990; Carlos Fuentes, Elena Poniatowska, Juan Villoro y José Emilio Pacheco destacaban como escritores; entró en vigor el Tratado de Libre Comercio; el nacimiento de Teléfonos de México como gigante privatizado; el levantamiento del EZLN cimbró al país; vinieron el error de diciembre; los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu; la creación del IFE; el crecimiento de movimientos magisteriales… y el éxodo por la democracia, desde Villahermosa hasta el entonces Distrito Federal.
Caminaba entre dos tierras: la del miedo, la desolación y la desesperanza; y la del carácter bravío, rumbo claro y un corazón salvaje que reconfiguró el propósito de vida de los mexicanos.
“El tiempo es un puño que no espera. El que cae, no siempre se levanta”, escribió alguien en los años noventa. Pero México aprendió a levantarse, aún desde el dolor. Acteal, Aguas Blancas, El Charco… fueron heridas abiertas que no se cierran, pero que nos llaman a la memoria. Los Acuerdos de San Andrés, aunque traicionados, recordaron que la palabra también lucha. Y que la represión no borra ideales, sino que los graba más hondo.
Los ideólogos de izquierda trazaban rutas mientras enfrentaban silencios hostiles. Marcelo Ebrard, Manuel Camacho Solís y un incansable Andrés Manuel López Obrador caminaron esos años complicados construyendo una opción distinta. Y cuando cumplió 18 años, el autor de estas líneas tuvo el privilegio de votar por primera vez. No solo simpatizaba con su proyecto: se adueñó de él. Como millones de mexicanos, lo hizo suyo. Porque él hablaba el lenguaje de la verdad y porque compartía la rabia de muchos ante las derrotas, pero también la terquedad para seguir intentando.
Su generación fue testigo de Atenco, del fraude electoral, de la campaña de odio, de la criminalización de la pobreza. Vio surgir a los “frezapatistas” de la Ibero y el #YoSoy132, resistencias juveniles que sacudieron conciencias. Y en medio de todo ello, el pueblo siguió a Andrés Manuel en cada tramo: del desafuero a las urnas en 2006, 2012 y, finalmente, 2018. Los mexicanos lo vieron entrar al Palacio Nacional… y lo vieron salir, seis años después, dejando huella.
México es otro. La transformación democrática sí se da, y no se esconde tras la fachada de la alternancia. Se vive. “Por el bien de todos, primero los pobres”, “amor con amor se paga”, “no puede haber gobierno rico con pueblo pobre”. Postulados que ya son parte del imaginario colectivo.
Hoy se ve el fruto de lo que sembró, de la fuerza de su ejemplo, de las lecciones que dio. Pero, como él, quien esto escribe se encuentra convencido: hoy le toca a Claudia Sheinbaum Pardo hacer (su) historia.
Siete años hace de la victoria de Andrés Manuel. Volvió Claudia a vencer hace apenas un año —incluso por mayor margen— a la derecha. De una hazaña tras otra.
Los mexicanos han sido capaces… porque al final, lo que transforma no es la política en sí, sino el amor por la justicia. Y eso, esa brújula, nunca se ha extraviado.
Quien hoy tiene 37 años, ha vivido y acompañado cada paso de esa transformación. Sabe, con la certeza que dan los hechos y no los discursos, que la historia no solo se cuenta desde la capital. Por eso mira al horizonte con esperanza, porque a partir del 1 de enero de 2026, Coatepec comenzará también su propia transformación: profunda, humana y cercana al pueblo. Una nueva etapa está por escribirse… y será, sin duda, digna de su gente.
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